domingo, 6 de noviembre de 2011

Intimidad


Intimidad. Eso es lo que el profesor nos ha puesto como reto esta semana. Y digo reto porque para mí es lo que supone. Tenemos que preparar una autobiografía. Mi primer pensamiento: no pienso hablar de mí. Estamos ante una asignatura que nos ayuda a pensar y desarrollarnos, se supone. Me han timado. Ahora resulta que tengo que hablar de mí, presentarme y, para colmo, colgar en un blog el resultado. ¿Qué será lo siguiente? ¿Un programa de cotilleo el sábado por la noche? En fin, que tengo que intentarlo, no me queda otra. Pero advierto al lector desde ya que encontrará en su camino retóricas frases con segundas intenciones y muchos significados ocultos, accesibles a muy pocos.
Comenzaré hablando, ya que me veo en la obligación de exponer la mía, de qué supone para mí la intimidad. Porque el otro día se nos dijo que era lo más interior, aquello que subyace en lo más profundo de la persona. Hasta ahí bien. Pero a continuación el profesor nos habló de aprender a exteriorizarla, a sacar y compartir lo que llevamos dentro. Discrepo. Creo sinceramente que la intimidad es eso, íntimo, personal, intransferible y, en muchos casos indescriptible. Es una realidad de un valor inmenso, tanto como la persona a la que pertenece. Como todo objeto valioso ha de ser cuidado y tratado “como oro en paño”, que dice mi madre. Por eso creo que no es una realidad a compartir. Si se airea, si se vocifera a los cuatro vientos, pierde todo su sentido y esencia, en ese mismo momento deja de ser tu intimidad. El secreto que se cuenta ya no es secreto, ¿no? Pues aquí igual.
Ahora bien, con esto no quiero decir que el lector esté ante el escrito de una piedra, que ni siente ni padece (aunque me hayan llegado a apodar como rock woman). La intimidad es perfectamente compartible, con la persona adecuada, eso sí. Todo el mundo siente la necesidad en algún momento de desahogarse, de compartir de algún modo el peso que pueda llevar encima y hacerlo así más ligero, pero cuanto más personal sea el sentimiento que nos invada, más inaccesible y oculto se encontrará, a mi parecer.
Muy bien, se dirá. A mí me habían prometido una biografía. Ahora el timado soy yo. Se equivoca, querido lector, si bien le puedo conceder que se encuentre más bien ante una anti-autobiografía. Pero, en cualquier caso, esta redacción podía consistir de una sola palabra que definiera a la persona. Y me parece que está claro. “El que tenga oídos, que oiga”.

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