martes, 29 de noviembre de 2011

Los senderos del terror

Introducción
1 de septiembre de 2004. Más de un millar de personas (entre padres, hijos y profesores) se dirigen al centro de enseñanza de Beslán en Osetia del Norte, Rusia, tras sus vacaciones estivales, muchos aún con la ilusión latente propia del cercano reencuentro con sus compañeros. Esa misma mañana, adultos y niños sin distinción son secuestrados por un grupo de terroristas en su propio colegio, donde son obligados a permanecer dos días sin alimentos y rodeados de explosivos. Esta historia finaliza con un saldo total de más de 350 fallecidos, de los cuales más de su mitad son menores. Por desgracia, no podemos afirmar que esta historia sea ficción, tenemos que decir que es una más de tantas…
Tras recordar un acto tan deplorable como éste, me pregunto si existe alguna posibilidad de justificar el terrorismo, si se puede establecer una relación no antagónica entre los términos terrorismo y justificación. Con el recuerdo aún vivo de tantos muertos y mutilados parece no haber posibilidad de elección, resultando casi imposible encontrar justificación a estos actos. La conclusión de que cualquier tipo de violencia ha de ser rechazada se antoja la única posible.
Pero no es tan sencilla esta cuestión. Hemos recalcado que parece no existir justificación ante la violencia y digo parece porque en ciertos casos sí que ha existido tal justificación. De hecho, la violencia puede ser constatada como una constante histórica, en ocasiones justificada y en otras no. Por ejemplo: 1789, Francia y su Revolución. ¿Quién critica tal acto? Gracias a él el pueblo fue liberado de la opresión monárquica y nobiliaria…pero esa liberación conllevó más de un gaznate pasado a guillotina. Los nobles seguro que tildaron la revolución de “terrorista”, pero hoy nadie duda de su legitimidad.


1917, Revolución Rusa. ¿Se atreve alguien a tacharla de injusta? En ningún momento, pues de nuevo el pueblo pudo zafarse de mandatarios autoritarios que ignoraban sus necesidades y problemas.
Ambos actos, aunque no son actos terroristas propiamente dichos (aunque seguro que fueron calificados como tales por quienes los sufrieron) son totalmente aceptados y, sin embargo, bien es sabido que no fueron precisamente pacíficos…
Resulta muy difícil establecer un límite entre la violencia aceptable y la que no (a la vista está); además esa frontera en muchas ocasiones no es estable y a los hechos me remito… Olimpiadas de Munich, 1972. Once atletas israelíes muertos, fallecimientos atribuidos al líder palestino Yasser Arafat, el mismo que, 22 años después, consigue el premio Nobel de la Paz.
Todos estos hechos me hacen plantearme si se podría dar verdaderamente esa justificación tan ambiguamente buscada y repudiada y dónde se podría establecer el límite de un “terrorismo válido”. Como ya hemos indicado ese límite no está claramente definido, pero para poder empezar a analizar el terrorismo y, en el caso de que existiera, su justificación, vamos a ver estos actos situados en dos contextos muy diferentes referidos al tipo de Estado, distinguiendo entre estados democráticos y en aquellos que no lo son.

El terrorismo en los estados no democráticos
La situación en los estados autoritarios o no democráticos parece enormemente más fácil de ser analizada pues, aunque pueda parecer contradictorio, son contextos menos complejos (atendiendo al tema que nos ocupa, por supuesto). Como sabemos, en este tipo de estado el pueblo no tiene voz ni voto y debe acatar sumisamente lo que su gobierno decida, quedando privado de su libertad por completo. Ante esta situación, lo que podríamos denominar la “expropiación” de la libertad personal, parece no haber otra salida excepto la violenta, pues el estado priva al ciudadano –quizá habría que decir súbdito- de su derecho a participar en la vida pública.
Podría parecer que en el caso de un estado no democrático la violencia terrorista estaría justificada pero esto no es más que mera apariencia. Parecería que, como los terroristas defienden una causa justa, entonces podrían ejercer la violencia discriminada o indiscriminadamente. Su causa justa legitimaría sus acciones terroristas Sin embargo, el hecho de que la causa por la que se lucha sea aceptable, no prueba que el terrorismo esté justificado. Pierre-Joseph Proudhon en su obra De la justicia en la Revolución y en la Iglesia afirma que “la justicia es el respeto, espontáneamente experimentado y recíprocamente garantizado, de la dignidad humana, en cualquier persona y en cualquier circunstancia que se encuentre comprometida, y a cualquier riesgo que nos exponga su defensa”. Si aplicáramos este concepto al tema que nos ocupa, veríamos que ese “respeto de la dignidad humana” queda reducido a la nada: las víctimas de este tipo de terrorismo (por muy verdugos que fueran en su pasado) son privadas de sus derechos de juicio y defensa dignos, lo que provoca que el terrorismo en estados no democráticos, aparentemente justificado, no lo esté por esa privación de derechos a las víctimas. A pesar de la elección de un medio injustificado como es la violencia, la causa en estas situaciones, generalmente, no deja de ser justa.
Ilustrémoslo con un ejemplo. El 2 de Agosto de 1968, el jefe de la Brigada Político-Social de Guipúzcoa, Melitón Manzanas, es disparado siete veces seguidas a quemarropa por un integrante de la banda terrorista ETA a la salida de su casa y pasa a convertirse en la primera víctima de una larga lista de muertes llevadas a cabo por esta banda. El que este hombre hubiera sido acusado anteriormente de una brutalidad no escasa para con sus detenidos (recordemos que nos encontramos además en una situación no democrática, la dictadura franquista), no justifica en ningún momento el acto terrorista, pues se le privó de su derecho a un juicio digno y a la posible condena que se derivaría de éste.
Una excepción a tanta violencia ante la situación de los estados autoritarios fue expuesta por Gandhi, líder de la no violencia, predicador con su ejemplo del pacifismo en la liberación de India (vivió en absoluta pobreza, rechazó diversos cargos políticos antes y después de la citada liberación…). Quizá sea difícil seguir su ejemplo en todos los casos pero no deja de ser un horizonte de paz en la resolución de los problemas y un ejemplo a seguir.

El terrorismo en los estados democráticos
Cambio de tercio. Centrémonos ahora en un sistema democrático y veamos como la situación se complica hasta límites insospechados. En el caso de los sistemas no democráticos nos habíamos centrado en la idea de que el pueblo, la mayoría, estaba oprimido y que eso ofrecía a primera vista una causa justa para poder ejercer la violencia. En contraste, parece entonces que en los estados democráticos no habría razón alguna para ejercer esa violencia de un modo justo porque el poder lo tiene el pueblo, la mayoría, y al poder ésta participar en la vida pública la violencia quedaría totalmente marginada y nunca podría ser considerada como justa. El problema es que la mera participación de los ciudadanos en política no evita que pueda haber desacuerdos y que la violencia pueda parecer estar justificada para algunos. El problema principal lo constituyen las minorías sean éstas étnicas, religiosas o políticas. El problema de las minorías es que puede haber posiciones mayoritarias dentro de ellas (dentro, a su vez, de un estado más amplio) cuyos planteamientos choquen con los de la gran mayoría y no puedan verse nunca satisfechos por la imposibilidad de tener un mayor peso específico dentro del estado. La democracia así se convertiría en un sistema de “opresión democrática” ejercida por la mayoría sobre la minoría, la cual, no ha elegido a ese grupo mayoritario ni lo reconoce como tal. Dado que siempre serán una minoría, la única salida parece ser de nuevo la violencia para poder satisfacer sus objetivos políticos.
Dejando de lado el hecho de si las minorías están realmente oprimidas o no, lo que no se seguiría de ello es que la violencia terrorista estuviera justificada. Como mucho podrían tener una causa justa que defender, pero esa causa justa no proporciona en ningún momento un derecho universal para hacer lo que nos venga en gana. Los atentados terroristas siguen siendo tan injustos como lo eran en el caso de los estados no democráticos. La víctima lo sigue siendo porque no tiene oportunidad alguna de defenderse, no tiene juicio justo y los terroristas se atribuyen el título de defensores del pueblo (a lo “Robin Hood”), los cuales, de hecho, no han sido elegidos por nadie (por cierto, tampoco existió ninguna asamblea democrática que constituyera al citado personaje como tal). Queda patente por tanto que las democracias no solucionan todos los problemas y el de las minorías es un problema complicado, pero eso no significa que éstas puedan ejercer la violencia cuando encuentren una causa justa que defender.
¿Qué hacer entonces con las minorías? ¿Cómo pueden defender éstas sus posiciones dentro de un estado más amplio? Creo que para aclarar este punto podemos adoptar el caso que John Rawls denomina como "velo de la ignorancia”, tratando de “crear” con dicho caso un contexto en el que podamos considerar una situación como justa. Esta caso nos pide que imaginemos que desconocemos por completo nuestra situación (económica, política, social…) dentro de la sociedad en la que vamos a vivir.

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